Así que cuando se cerró la puerta tras de mí salí corriendo con mis zapatillas rojas, como hacen las locas. Pero las locas de verdad, las endemoniadas, las ausentes, las perdidas. Las que lloran y ríen a la vez, las que muerden, las que sufren, las que aman, ¡las que viven!
Y dispuesta a no parar de bailar, de correr y de saltar hasta caer muerta sobre el asfalto me rompí el vestido, pisé todos los charcos sin importarme el barro ni la censura, abracé a todos los hombres, me emborraché, grité, canté, silbé, me subí a un carrusel, lancé monedas a una fuente y me bebí la noche de un sorbo.
Y es que es absolutamente necesario suicidarse cada cierto tiempo. Huir de uno mismo, perderse, levitar, ayunar, sentir el cuerpo vacío, agotado, dolorido. Mudar la piel, beber, vomitar, tocar fondo, follar con desesperación y luego no recordar nada.
Estar ausente de todo para después aferrarse de nuevo a la vida.
Vestir colores pastel, andar a paso ligero y sonreír a los vecinos cuando te saludan en la escalera.
-¿Qué tal estás, preciosa?-
-Jodidamente bien, gracias.
ANA ELENA PENA
hola, como el poema es mío, me gustaría que lo acreditaras correctamente. gracias
ResponderEliminarhola, como el poema es mío, me gustaría que lo acreditaras correctamente. gracias
ResponderEliminarHola. Tienes toda la razón del mundo. Nada más pueda me pongo a revisar los textos y acredito los tuyos tal y como debí hacer en su momento. Te pido disculpas.
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