miércoles, 29 de octubre de 2014

El Cielo a tus Pies

Tengo actitud guerrera, valiente y leal. Leal a mis principios y emociones. Siempre me ha dado un poco igual lo que opinen y piensen los demás de mi. Porque aunque crean conocer mis puntos débiles, los fuertes no los conocen. A veces tropiezo con la misma piedra pero cuando el cariño intenta tomar protagonismo, la suelto y sigo mi camino. No callo lo que pienso, solo guardo silencio cuando es necesario y cuando doy por perdida una batalla.
También lloro, sufro y me llevo decepciones.
También me enfado, digo palabrotas y pego dos o tres gritos cuando es necesario.. o pego un manotazo en la mesa y pongo punto y final a historias.
Soy sensible pero a la vez terriblemente fuerte.
Soy silenciosa aunque a veces hago ruido. Me equivoco y se pedir perdón a tiempo y otras veces a destiempo.
No me valen las excusas, las medias tintas o esos “luegos” que nunca llegan.
Suelo hacer mil preguntas al día y si me preguntan por las capitales del mundo sé decir como mucho diez.
Me gusta el orden. El tenerlo todo bajo control.
Jamás callo lo que pienso
y es que además lo digo, lo grito, lo escribo y siempre voy de frente.
Sé decir "no" a lo que no me gusta y sé darme la oportunidad de decir "si" al hacer de mis días, para poder hacer de ellos, días que merezcan la pena.



jueves, 9 de octubre de 2014

QUÉ MAL NOS QUEREMOS_RISTO MEJIDE

Qué mal nos queremos. Qué mal andamos de cariño del bueno. Qué poco nos paramos a darnos lo nuestro. Y ya no digamos lo de los demás. Qué pronto se acabó lo que se nos daba, si es que se nos dio. En este déficit emocional globalizado y transnacional no existen ya ni clases medias ni clases altas, aquí todos somos mileuristas de un amor hipotecado, aquí todo el mundo es un sin techo de amor del que duele cuando sana, amor del de verdad.
Y todo por querernos mucho, muchísimo, sí, pero mal, con lo cual acaba siendo peor el remedio que la enfermedad. Porque cuando algo es malo y sin embargo escaso, no hay que preocuparse demasiado, es mucho más fácil de evitar, y ya no digamos de erradicar. Pero si encima te lo profesan en cantidades industriales, si hablamos de una pandemia a nivel mundial, inténtate tú escapar. Es imposible. Y así nos va.
Qué mal nos queremos. De verdad. Existen quereres de los que damos por descontados. Su único gran defecto es que siempre estuvieron ahí, sin pedir nada a cambio, sin hacer demasiado ruido y tampoco hubo que hacer mucho para currárselos. Es el querer de una madre, sí, pero también cualquier amor que llegue demasiado pronto, demasiado fácil, demasiado incondicional, ése que cuando te vienes a dar cuenta de que lo tenías, te giras y ya no está. Y es entonces cuando empiezas a echarlo de menos. Cuando ya es tarde. Cuando ya no se le puede corresponder… ni apartar.
Y es que no sé si lo ves, pero mal, nos queremos un rato. Mira el amor propio, el amor a uno mismo. Ése que alguno confunde con soberbia o prepotencia y a otros les da vergüenza manifestar. La gente aquí no tiene punto medio: o se pasa de frenada, como es mi caso, o en su vida no lo llega ni a probar. Esta última es la humildad mal entendida, la que te divide día a día como individuo y te apaga como una vela en medio de esta tempestad a la que llamamos rutina. Lo necesario que es pasar más tiempo con uno mismo, para poder pasarlo con los demás. Lo difícil es encontrarle el punto, apretarle a la vida, exigirle siempre un poquito más. Conocer los propios límites y ponerlos cada día a prueba, y comprobar que cuando tú te acercas, siempre se acojonan y acaban refugiándose un poco más allá.
Y así no es de extrañar que haya gente que se quiera tan flojo. Nos enamoramos y hacemos ver que nos da igual. Vayamos poquito a poco, no te vaya a soltar un te quiero demasiado pronto, no nos vayamos a precipitar. Como si esto que te sale del corazón fuese agua del grifo. Ahora lo caliento, ahora lo enfrío. Ahora le doy a chorro. Ahora gotita a gotita y no más. Y el día menos pensado se te olvida quitar la llave de paso y te encuentras flotando empapado en medio de tu propia soledad. Uno no elige cuándo ni de quién se enamora, como tampoco se puede elegir la velocidad. Falacias que nos contamos a nosotros mismos, tratando de convencer a un amigo que ya hace tiempo que ni nos cree, ni nos ha dejado de escuchar.
Dentro de este ramillete improvisado de amores nocivos, no podíamos olvidar los que encuentran placer simplemente en hacerse daño. Los yonkis de la intensidad. Es difícil llegar a admitirlo, pero algunos lo consiguen. Y entonces qué. Porque destruirse es como acariciarse: por muy bueno que seas contigo mismo, siempre hay alguien que lo hará mucho mejor por ti. Aunque sea porque llega adonde tú no llegarías jamás. Y es que nadie me hiere como tú.
Qué mal nos queremos cuando quererse es atraparse, meterse en una urna y verse marchitar. Entramos en el mundo de los reproches, de las libertades fingidas, del tú verás, del te quiero tal como te imagino. T’estimo, ets perfecte, ja et canviaré.
Y para terminar, para que nadie se sienta excluido, aplaudamos la inmensa horda de amores pantalla. Los que lo son de cara a la galería, porque a nadie se le ocurre nunca profundizar. La cantidad de parejas que cenan siempre en silencio. Parejas que si se cuentan el día, lo hacen como quien repasa sin hambre la carta. Parejas que han olvidado que el hecho de hablar no tiene nada que ver con el acto de comunicarse. Para lo primero basta con mover la boca y emitir fonemas. Para lo segundo, además, hay que mover el corazón. Propio y ajeno.
Y hablando de ajenos.
Por muy mal que nos queramos todos, jamás olvides que siempre estarán peor los demás.
A que sí, cariño.

lunes, 15 de septiembre de 2014

TENEMOS QUE HABLAR

Tenemos que hablar, y sabes bien
que no es del tiempo, ni del gobierno. Ni de nada que me haya comprado hoy, ni de ningún viaje inesperado, ni de la salud de tus mascotas. No hay ninguna novedad al frente. 
Ya sé que suena mal y que nunca augura nada bueno, pero tenemos que hablar.
Quizá no hayas reparado en esas pistas que he ido dejando, como pequeñas plumas que se desprenden de una en el momento preciso y enseguida son barridas por el menor soplo de viento. En ocasiones es difícil verlas si no les prestas atención.
Es posible que hayas ignorado que te rehuyo cuando noto que no me escuchas y que no te sorprendo con esos detalles nimios que hace tiempo dejaste de apreciar.
Puede ser que, cegado por la neblina de la costumbre, no hayas advertido mi desinterés, y que confundas indiferencia y apatía con serenidad y placidez.
Probablemente se haya esfumado la fantasía de creernos especiales, únicos, y que el mundo interior que construíamos a medias no tenga más consistencia que un castillo de arena. Puede ser...
que nos pase como a todos, que seamos como el resto de los que tanto me burlaba.
Pero tranquilo, creo que, aún, nadie ha muerto de eso.


ANA ELENA PENA

jueves, 29 de mayo de 2014

HIPOCONDRISMO NOT FOUND

Yo, como buena hipocondriaca que he sido, me he encontrado muchas veces al borde de la muerte, la enfermedad terminal y la ruptura psíquica.
Y esto fue lo poquito que aprendí:


-A valorar los pequeños momentos de felicidad como algo único e irrepetible, sin pensar en que tienen que venir los grandes.

-A que pensar en la muerte, no conduce a nada. Mejor dedicarse en vida a "hacerse la maleta", y marcharse con el equipaje necesario para disfrutar del viaje final y su destino.
-A apartar los malos sentimientos, el rencor, la rabia, la envidia, la pereza... a controlar los pensamientos obsesivos de fatalidad del estilo "diosmiovaapasaralgomalolose-ynomellamahabratenidounaccicentemeduelelacabezaseratumorcerebral?diosmiomispadresymisseresqueridosmoriranalgundianopodresoportarlo!!!!!!!"
(Esto no conduce a nada más que al auto-martirio y a los ataques de pánico)
-A ser agradecida, que es de bien nacida.
-A mantenerme cerca de la gente inteligente, bondadosa, de la que ríe mucho y bien aunque esté loca, a la que me aporta cosas positivas y me quiere tal como soy.
-A mantener bien lejos e ignorar a aquellos que sólo me aportan cosas negativas, a los que se muestran egoístas, a los que tienen una visión pesimista de la vida y se burlan de la alegría de los demás.
-A no poner más de cuatro pastillas de sacarina al café con leche.
-A ver las virtudes de los demás por encima de sus defectos.
-A levantarme después de un tropiezo, y a retroceder sólo para coger carrerilla.
Todo esto no me lo enseñó ningún video, ni las clases de religión, ni tampoco ninguna película. Me lo enseñó la vida.
También me enseñó alguna pequeña maldad y varias picardías, pero nada importante..


ANA ELENA PENA