domingo, 21 de julio de 2013
("Antídotos contra la belleza", plaquette en proceso) ANA ELENA PENA
Hablo de un amor a pie de calle, que acecha en cada esquina y cada bar, y que a todos nos ha acompañado, o nos acompañará, alguna vez en la vida.
Me refiero a los amores vulgares, mediocres. Y no quisiera llamarlos así en tono peyorativo. Porque también son ligeramente cálidos, sosegados, sorprendentemente honestos, y pueden resultar ser, incluso, la mejor opción.
El amor vulgar no deja un sabor amargo cuando llega a su fin o se interrumpe. Es un mar en calma, nunca tempestad.
No te tiembla la voz, ni te bailan mariposas en el estómago ni te suben burbujas por la garganta cuando te llama, pero tampoco te abruma la desesperación y la inquietud cuando no te coge el teléfono.
Tampoco se te eriza la piel cuando te acaricia ni chirrían los muelles de la cama durante horas, pero el sabor de la traición, si abrazara otro cuerpo que no fuera el tuyo, tampoco sería un puñal de acero en el pecho, acaso un ligero pellizco acompañado de una pequeña desazón.
El amor mediocre supone largos y tediosos silencios en compañía sin preguntarse en qué piensa el otro. No es, en ningún caso, espera angustiosa si se retrasa en la cita, ni platos rotos ni copas derramadas, no supone lágrimas calientes y llamadas a deshora a los amigos entre hipos y gemidos, ni siquiera es motivo de noches de insomnio rumiando malentendidos.
Cuando llega a su fin, podemos mirar las fotos viejas sin que se nos encoja el corazón y sin sentir un ápice de nostalgia . Tampoco nos invade el deseo de romperlas o prenderles fuego lanzándolas por la ventana o ahogándolas en la taza del báter.
El amor mediocre no deja una huella indeleble, tan sólo te erosiona en las capas más superficiales, de manera que hay posibilidad de regeneración sin tener que andar por ahí en carne viva, como sucede con otros tipos de amor, nada aconsejables.
El amor mediocre no duele, no mancha, se consume lentamente, y se puede compaginar a la perfección con todo tipo de actividades. No provoca bajas por depresión, ni te hace llegar tarde al trabajo, ni te obliga a evadir tus responsabilidades.
No te hace enloquecer, tampoco te apesadumbra. No da fiebre, ni naúseas, pero tampoco te insufla vida.
Con el amor mediocre, las ausencias del otro no se hacen eternas, pero la eternidad tampoco cobra sentido en un beso.
A veces ni se sabe cómo empieza, ni siquiera cómo y cuando acaba…y con frecuencia se nos olvida cómo transcurre. Simplemente aparece, simplemente pasa, simplemente acaba….Pero no tiene por qué ser así necesariamente, de hecho con frecuencia tiende a instalarse para siempre en nuestras vidas, como un pequeño parásito cuya picadura apenas sentimos…Puede incluso dar sus frutos y regalarnos niños llenos de mocos, tardes enteras de sofá y domingos en el parque.
Discreto, silencioso, el amor mediocre no entiende de gritos ni portazos, ni de puñetazos en la pared y comentarios maliciosos. No entiende de cartas ni de mails encendidos de reproches empapados de rabia y amargura, ni tampoco entiende de líneas cargadas de palabras dulces.
No empalaga, pero tampoco agria…. No ilusiona, pero tampoco desespera.
Es perfecto.
Dios nos libre de los amores mediocres.
O no.
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