Domingo. Las pocas de la mañana. Como cada festivo, me salgo
hacia adentro pa pasearme un rato. Me empiezo en mi calle. Siempre cuesta
arriba. La tomes por donde la tomes. Hay que joderse.
Enseguida llego a la Avenida Ilusión, una preciosa vía
arbolada y llena de bombillas de esas que se apagan en cuanto se
encienden. Desemboca por un lado en el Callejón de los Listillos, presidido por
la estatua homenaje a todos los <<Ya te lo dije >> y, por el otro,
en la Plaza de la Gran Hostia, con su placa conmemorativa al último <<No
lo haré más>>
La cruzo a la altura de la Calle Esperanza, allí los
semáforos están siempre en verde chillón, los muy cabrones causan unos caos en
el tránsito emocional que ni te explico.
Conozco varios atajos que llevan directamente a los suburbios
de la Felicidad, pero hoy no los voy a usar. No por nada, sino porque ese tipo
de tráfico siempre se acaba cobrando un peaje, y hoy me dejé la cartera en
casa.
En vez de eso tiro por el Túnel del Miedo, siempre en
reparación. No sé cuándo van a terminar esas obras. Así no me extraña que siempre
acabe atascado, lento, muerto.
Es por eso quizá que no tiene más que un agujero y que nunca
jamás acaba llevándote a ningún lado.
Intento evitar la parálisis desviándome hacia la Autopista
del Sexo, y como no podía ser de otra manera, me paso de salida. A estas
alturas ya me voy dando cuenta de que todos han llegado a la Urbanización
Residencial de los Felizmente Casados menos yo. En fin, da igual.
Creo que voy por mi Calzada Masculina, porque no paro de dar
vueltas y vueltas por innumerables
rotondas que no llevan jamás al punto al que creía dirigirme.Sí, así es, acabo
de pasar de un simple carril de ida, a ocho carriles en cuatro sentidos, seis
dimensiones y diez vías de retorno a punto cero.
Voy a preguntar. Intento parar a alguien que no sólo no
responde a mi pregunta, sino que me escupe en el parabrisas, me pincha una
rueda y me mete el dedo en el ojo.No hace falta que me diga más. Esto es la
Ronda de los Ex. Las malas lenguas dicen que, aprovechando que corre paralela al
Rio de Lágrimas, quieren cubrirla entera y convertirla en un Paseo en Soledad;
pero eso depende de que no haya suficientes Fondos de Comprensión.
Sal de aquí. Pero ya.
Llego a otro cruce de cables, tengo la sensación de que debo
andar cerca. Esto me suena, ah sí, antes era la Calle del Amor Eterno, pero ahora
la cambian de nombre. Cada cien metros.
Al final, pese a todo, sigo palante. Y lo hago porque sé que
tras un paso a nivel, kilómetros sin pavimentar, miles de socavones y varios
callejones sin salida, igual me vuelvo a encontrar con esa enorme señal
luminosa de treinta y dos lucecitas blancas que muerde los morros, me dedica
sonrisas y me hace la misma pregunta de siempre.
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