Ya he probado los cuerpos fugaces y las cremalleras atropelladas.
Ya me encapriché con desconocidos y me desencapriché a contrarreloj. Ya he andado con locos, con idiotas y borrachos o con hombres vacíos o de moral dudosa.
Ya he jurado en vano, entregado mi piel y comprometido con mis sueños.
Y cruzamos la calle a ciegas con el primero que nos da la mano y es que oímos sin escuchar, abrazamos sin abarcar y nos convertimos en autómatas desesperados, olvidando lo hermoso que es sentarse a esperar que las cosas sencillamente sucedan.
El hallazgo inesperado de lo auténtico que nos ha de encontrar desprevenidos, desarmados y tranquilos.
Pero maquillamos lo que se ve y lo que no se ve también por temor a que descubran nuestros defectos y la fragilidad que se esconde tras ellos de modo que nos devora la noche y nos apremia el día casi siempre en el lugar y momento inadecuado donde nos reprochamos todas esas tonterías que hacemos.
Hasta que un día se revela ante ti el espejismo, y al acercarte sedienta a beber del oasis, te encuentras con la boca llena de arena.
ANA ELENA PENA
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